domingo, 22 de junio de 2008

Archivo 2006 - Las armas de destrucción masiva en Irak

DE NUESTRO ARCHIVO - AÑO 2006

LAS ARMAS DE DESTRUCCIÓN MASIVA EN IRAK
EL ENGAÑO DE BUSH

Ahora que la misión norteamericana en Irak ha fracasado, ahora que su guerra civil arrecia y su democracia ha resultado ya imposible, repasemos las razones por las que se hizo la invasión.
Antes de la misma existía en tal país un dictador, Saddam Hussein, quien cumplía con la importante función de mantener unido, en gran parte por el miedo, a un territorio habitado por tres etnías principales, los kurdos en el norte, los sunnitas en el centro y los chiítas en el sur, aunque compartiendo especialmente estos últimos varias zonas comunes como la ciudad de Bagdad. Pero Saddam se consideraba además una especie Napoleón del Medio Oriente con acentuada sed de conquistas. Norteamérica quiso utilizarla alentándolo a una guerra en contra de un naciente peligro para la misma, el Irán del Ayatollah Khomeini, el cual sustentaba una concepción del mundo antagónica y agresiva para la Modernidad sea capitalista como comunista de ese entonces. Sin embargo Saddam fracasó luego de ocho años de una guerra sangrienta, cruel e interminable; entonces, al no haber, a pesar de esto, puesto punto final a sus afanes de grandeza, quiso invadir el vecino estado petrolero de Kuwait alegando que se trataba de una provincia irakí. Allí Norteamérica tuvo que intervenir militarmente pues esta vez el enemigo elegido era el “equivocado” al tratarse éste, junto a los restantes emiratos petroleros y pro-occidentales, de uno de sus aliados últimos y protegidos. Luego de una instantánea y fulminante invasión en la que se lo expulsó hacia sus fronteras originarias, Norteamérica, en ese entonces gobernada por el papá del actual presidente, renunció a desplazar a Saddam del poder, a pesar de saber que éste violaba los derechos humanos en su país y que era un dictador sanguinario. Su misión esencial, la de mantener unidas esas etnías rivales antes mencionadas, él la cumplía a la perfección. Su enemigo principal era siempre el fundamentalismo islámico, el que se apartaba abiertamente de su concepción del mundo y se expandía como una plaga por vastísimas extensiones geográficas, siendo el Islam la religión más importante del planeta. Dicha cosmovisión era abiertamente anti-occidental, antidemocrática, anti-consumista, es decir anti-moderna.
Fracasada la primera ofensiva nacionalista intentada a través de Saddam en contra de Irán, trató de acudir a una nueva estrategia consistente en la estereotipación de la antigua rivalidad que existe en el seno del Islam entre las dos etnias antes mencionadas, la chiíta y la sunnita, tratando de alentar en el seno de esta última también el surgimiento de una experiencia fundamentalista. En el vecino Afganistán, se había logrado en forma exitosa derrocar un régimen ligado estrechamente al poder soviético de Moscú y en su seno se desarrollaba una guerra entre clanes rivales en la cual un movimiento sunnita de gran fanatismo y ortodoxia, el Talibán, se perfilaba como un candidato seguro para competir en un mismo terreno con su vecino rival chiíta, el que además se encontraba debilitado en razón de la muerte de su líder, el Ayatollah Khomeini. La táctica de Washington era tratar de desgastar al fundamentalismo en una lucha por rivalidades y liderazgos internos. Sin embargo se descuidó un hecho esencial: el estrecho contacto existente entre el movimiento Talibán y una organización también fundamentalista pero de carácter internacional, Al Qaeda, furiosamente anti-norteamericana y que ya había operado exitosamente en contra de EEUU en Somalia obligándolo a abandonar tal país luego de dar cuenta con la vida de varios soldados norteamericanos cuyos cadáveres fueron arrastrados como trofeo entre multitudes. El rechazo hacia el Occidente era en este caso mucho más fuerte que la rivalidad hacia la organización chiíta.
Fue así como llegamos al 11 de septiembre de 2001, fecha ésta que, sin lugar a dudas, representa el verdadero inicio de una nueva etapa en la historia y con mucha seguridad el comienzo del final del imperio norteamericano. Luego de que por primera vez este país fuera bombardeado en su propio territorio y que en un sólo día perdiera más compatriotas que en 1941, año de su ingreso a la Segunda Guerra Mundial, fiel a su costumbre y con mayor razón que antes, emprendió su acción de represalia. Primeramente intentó dividir al Talibán de Al Qaeda, dándole al primero la posibilidad de entregar al líder de tal movimiento a cambio de la no invasión a su país. La respuesta por la negativa fue asombrosa para Bush y contraria a su sentido común de político “pragmático”: los principios eran más importantes que los intereses. Por lo tanto tal país fue invadido y con la ayuda de muchos vecinos, como las ex repúblicas soviéticas linderas que proporcionaron bases de operaciones, el mismo Irán que vio así la posibilidad de liberarse de un rival y Pakistán, cuyo régimen militar vio la de debilitar así a un riesgoso enemigo interno, el creciente movimiento fundamentalista, logró hacer una verdadera razzia de “terroristas” vinculados a Al Qaeda, a la mayoría de los cuáles se llevó prisionero a Guantánamo. Sin embargo lamentablemente para Bush no se pudo detener ni al líder talibán, el Mullah Omar, ni a los principales jefes de aquella organización. Quedaba en pié pues el gran peligro de que nuevos atentados pudieran llegar a pergeñarse y además corría la versión persistente de que tal movimiento contaba con armas atómicas para efectuar acciones más letales que las de las Torres en ciudades norteamericanas.
Es aquí en donde llegamos al tema de la invasión a Irak, efectuada poco tiempo después de la de Afganistán y cuyas razones últimas trataremos de develar. Fueron muchas las versiones que se han ido hilvanando respecto de las causas últimas por las cuáles EEUU tuviera que invadir Irak, un régimen laico, no ligado a ninguna de las dos variantes del fundamentalismo islámico y que además cumplía con el rol principal para tal país de mantener pacificada una importante franja del conflictivo Medio Oriente. Los simplificadores de siempre, funcionales conciente o inconscientemente a la visión materialista de la historia para la cual las guerras se hacen en última instancia por la economía, que sería la gran divinidad que motiva y moviliza al ser humano, no se han cansado de decirnos que dicha contienda se hizo por el petróleo irakí y que la excusa que se levantó, la existencia de pretendidas armas de destrucción masiva, fue un verdadero engaño para las multitudes. Luego de lo cual, cuando éstas no se encontraron, se consideraron sumamente satisfechos pues esto los habría confirmado en sus predicciones. Sin embargo soslayan decirnos dos cosas. Si bien es verdad que las armas de destrucción masiva no existían, también lo es que Norteamérica no logró hacerse del petróleo iraki en tanto que, a raíz de su invasión, la producción del mismo en tal país, por la guerra y los sabotajes, terminó descendiendo a límites bajísimos. Por otra parte, tal como hemos dicho en otra oportunidad, no se entiende tampoco por qué, si lo que se quería era engañarnos en algún momento, no lo siguieron haciendo más tarde, en la medida que tales armas no fueron inventadas una vez que el país fuera ocupado.
La realidad es en cambio muy otra. Norteamérica no precisaba especialmente del petróleo irakí en tanto que la izquierda bolivariana se lo proveía aluvionalmente a cambio del papel verde que tal país suele imprimir en abundancia y a discreción. No se explica entonces por cuáles razones iba a poner en riesgo tantas cosas, incluyendo su tan debilitado prestigio, por conseguir un mineral que en cambio podía obtenerlo fácilmente y por muy poco. No cabe la menor duda de que a EEUU para conseguir tan preciosa materia prima siempre le convendrá mucho más padecer las inofensivas verborragias de Chávez que las bombas y matanzas de Al Qaeda y el fracaso estrepitoso de una guerra como la de Irak.
¿Entonces cuál fue la razón última de la invasión? Estamos en condiciones de decir que fue porque Bush, a través de su principal colaborador y hoy renunciado en razón de su estrepitoso fracaso, Donald Runsfeld, estaba convencido realmente de que Saddam tenía las famosas armas de destrucción masiva. La obsesión que él tenía en ese momento era que con el tiempo se produjese un terrible atentado de carácter nuclear en su país. Para ello debía dar con el lugar en donde se podía producir una eventual bomba. Y aquí es donde entra en escena una habilísima maniobra urdida por Bin Laden. Entre los detenidos de Al Qaeda en Afganistán hubo un alto jefe de la organización que, en un interrogatorio, “confesó” que Saddam Hussein, estaba secretamente aliado con Bin Laden y que su odio a Norteamérica, país al que consideraba que lo había traicionado en Kuwait, lo llevaba a organizar con éste un mega-atentado proporcionando para ello sus instalaciones militares. Bin Laden, que es un gran estratega muy superior a Bush, estaba convencido de que él iba a ser el mayor beneficiario en caso de una invasión a Irak. Efectivamente es lo que sucedió. Gracias a que Saddam fue desplazado del poder, Al Qaeda ha encontrado un ámbito en donde actuar en el Medio Oriente, poniéndose al frente de la resistencia sunnita. Es así como en plena ocupación norteamericana ha podido constituir un Estado Islámico en la ciudad de Ramadi. Gracias a la invasión de Irak, este país ha pasado de ser un régimen laico y estabilizado en sus etnías a un territorio desangrado en una guerra civil que se extenderá a países vecinos. Por ejemplo si a raíz de la desintegración de Irak se constituye un régimen kurdo en el Norte, Turquía, que posee una vasta región limítrofe que comprende a tal etnía se verá afectada también por una guerra civil.
Pero a todo esto la intervención norteamericana ha traído además otro problema complementario cual es el hecho de que Irán, aprovechando la invasión de Irak, haya resuelto producir energía atómica y eventualmente armas nucleares, por lo cual pasaría a competir con Israel en cuanto al poderío en la región. Por supuesto que el Irán actual, que no es lo mismo que el del Ayatollah Khomeini, no representa el mismo peligro que Al Qaeda en lo inmediato, pues no existen posibilidades de que organice un mega-atentado, sin embargo el peligro puede ser a largo plazo en la medida que no se sepa qué otros sectores pueden acceder al poder en tal país.
Lo que sí es indubitable, salvo por supuesto que se cometa una nueva locura, que EEUU no atacará a Irán * y deberá terminar aceptando sus nuevos requerimientos en la medida que necesita de éste para salir del atolladero en que se encuentra. La actual situación caótica de Irak lo lleva en cambio a negociar con éste y con Siria primero a fin de estabilizar tal país y aventar la posibilidad de que el mismo caiga en manos de Al Qaeda. Para ello intenta consolidar al sector chiíta que se encuentra vinculado con tal régimen. Los ataques terroristas, efectuados sin lugar a dudas por Al Qaeda, en contra de tal etnia apuntan a evitar tal salida. La última y desesperada carta que EEUU se juega en Irak, en caso de que tal posibilidad fracase, es hacerlo regresar a Saddam al poder, lo cual ya es manifestado abiertamente por asesores de Bush, pero a nuestro entender sería imposible a esta altura del partido en razón del protagonismo asumido por los chiítas, acérrimos enemigos de aquel. Será cuestión entonces de esperar lo que sucederá en estos días, que serán cruciales, pero lo indubitable es que la guerra de Irak, lo mismo que la fracasada invasión a Afganistán han servido para poner al descubierto una dura verdad: Norteamérica no es el imperio invencible, no es pues la Roma del siglo XXI.

* Resulta realmente increíble constatar, especialmente desde sectores de la extrema izquierda, aunque motorizado por ciertos medios de prensa “serios”, cómo se ha instalado la idea de que el reciente pedido de captura de ex gobernantes iraníes hecho por nuestro país en relación al atentado de la AMIA se inscriba en un proyecto para “dar excusas” a fin de invadirlo. Ello es absurdo desde cualquier lugar que se lo mire. 1) Los gobernantes de ese entonces no eran los de ahora. 2) Tal pedido de captura no fue hecho por un organismo internacional, sino por un Estado que puede haberse dejado influir en sus decisiones y además ha sido efectuado por un juez muy famoso por su genuflexión permanente hacia la colectividad judía (véase especialmente el caso Buela, informado ampliamente por El Fortín y del que hablaremos en una próxima nota develando detalles insospechados que bien pueden ser utilizados por Irán para impugnar la resolución del juez), con lo cual su dictamen está teñido de parcialidad y es fácilmente objetable por quien lo quisiera hacer. 3) Si Norteamérica quiere verdaderamente invadir Irán obviamente que no necesitará de las razones que le aporte el servilletero juez Canicoba Corral. Tiene argumentos legales de sobra alegando que su desarrollo nuclear viola las disposiciones internacionales de no proliferación de tal tipo de energía. Sería absurdo que para ello necesitara como excusa un atentado de hace 12 años, pues en ningún caso el castigo estaría en proporción con la culpa. La realidad es en cambio que a EEUU no le conviene actualmente invadir Irán pues ello incrementaría hasta límites insospechados sus inconvenientes en el Medio Oriente logrando incluso que con el tiempo sea este país el que le termine proveyendo a Al Qaeda los elementos técnicos para atentar en su propio territorio. En cambio lo que le resulta más favorable es en vez pactar con aquel para obtener la desarticulación de esta organización.

Buenos Aires, 26-11-06

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